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Cómo interpretar las manifestaciones en Irán

Traducción por Ernesto Alfonso.

Comenzando el 28 de diciembre del 2017, Irán ha presenciado manifestaciones antigubernamentales en varias ciudades y pueblos. La naturaleza y las demandas de estas protestas han sido variadas y parecen haber evolucionado ya en un plazo de pocos días. Desde el principio, funcionarios del gobierno iraní declararon que el pueblo tiene derecho a manifestarse, pero que actos de violencia y sabotaje serían confrontados de manera contundente.

Las primeras protestas trataban principalmente sobre temas económicos. Las manifestaciones fueron pacíficas, los manifestantes marchaban por las calles coreando consignas. Estas protestas iniciales aparentemente concluyeron sin pasar a mayores. A partir de ese momento, algunas de las marchas se volvieron más militantes y agresivas, con incendios de latones de basura y carros de policía. Para la noche del 31 de diciembre del 2017, las manifestaciones se habían tornado en ataques armados contra edificios gubernamentales y estaciones de policía, y para el 3 de enero, había un saldo de cientos de arrestos y 21 muertos.

Contexto global y nacional de las protestas actuales

Como era de esperar, los medios de los Estados Unidos y de otros países occidentales han dado una cobertura fuertemente favorable y exagerada de las manifestaciones. En todas las tendencias políticas de la clase dominante en EE.UU. existe un acuerdo general sobre el objetivo de llevar a cabo un cambio de régimen en Irán. Dicha clase expresa una solidaridad inmediata con todo aquello que pueda debilitar al estado iraní. La excepción sería si hubiese un movimiento revolucionario explícitamente socialista o anti-imperialista en Irán, al cual por supuesto se opondrían las capitales del occidente.

En el momento actual, las políticas independientes e intervenciones militares por parte del estado iraní han representado una molestia constante para las ambiciones de los EE.UU, Arabia Saudita e Israel en Siria, Irán, Líbano, Yemen, Baréin y Gaza. En Irak y en Afganistán, la influencia iraní de hecho ha aumentado a partir de las invasiones y ocupación estadounidenses — un fenómeno que los formuladores de la política exterior estadounidense desean revertir. Su ambición principal es volver a poner a Irán dentro de la esfera de influencias estadounidense, como lo estuvo entre 1953 y 1979, cuando servía, junto a Israel, como el pilar de la estrategia de seguridad nacional estadounidense en la región.

Por esto, se entiende que la cobertura de los medios occidentales sobre la política en Irán en el 2018 es tan objetiva e informativa como escuchar a la corona española hablar de la política de los Incas en los 1500s, o como leer comunicados de los colonos británicos sobre las luchas políticas en África en los 1800s.

No es posible entender a la sociedad iraní si se le reduce al marco simplista de “la dictadura del régimen” contra “el pueblo en sufrimiento.” Esta es la receta tradicional que se utiliza para demonizar a otros gobiernos, para preparar las condiciones antes de imponer sanciones, guerra, cambio de régimen, asesinatos y otras medidas disciplinarias. No tiene nada que ver con el método marxista, el cual examina las clases opuestas y sus conflictos, su historia política y realidad social.

Irán es una sociedad capitalista en donde hay facciones burguesas rivales compitiendo por el poder, que dominan diversas instituciones estatales e influencian a medios distintos. Los temas principales de la lucha doméstica en los últimos años han tenido que ver con el alcance de la red de seguridad social, la posible relajación de las leyes religiosas, la actitud hacia las minorías étnicas y religiosas y con estrategias para el desarrollo económico. Con respecto a la política exterior, se han librado grandes luchas en cuanto a hasta dónde enfrentar a los EE.UU. y hasta dónde involucrase de manera directa en conflictos regionales.

Los campos rivales no pueden ser agrupados fácilmente ni pueden ser categorizados limpiamente como “de derecha” o “de izquierda”. Lo que los medios occidentales llaman “de línea dura” (o “hardline”) generalmente son aquellos que proyectan confrontación con el imperialismo y que favorecen una interpretación más estricta de las leyes religiosas. Los “reformistas,” quienes tuvieron control del gobierno a principios de los 2000s, adoptan una política más conciliatoria. Dentro de ambos campos, hay diferencias importantes en cuanto a programa económico. Estas corrientes miden sus fuerzas a través de los procesos de democracia burguesa, no de manera monárquica, ni tampoco son “elegidos” por el Líder Supremo, como a veces se insinúa de manera incorrecta. Sin embargo, el sistema está supervisado por una autoridad clerical, la cuál no está exenta de conflictos internos, que mantiene un derecho de veto sobre la política y asegura que el nivel de manifestación abierta y el debate no ponga el peligro el sistema político en general.

Las protestas en Irán son poco comunes pero no carecen de precedentes. En los últimos años, han surgido protestas sobre varios temas, generalmente de carácter local, pero en algunos casos en varias ciudades simultáneamente, como las protestas contra el chovinismo étnico, las cuales concluyeron sin pasar a mayores. Las protestas iniciales de la ola actual tampoco requirieron el despliegue de la Guardia Revolucionaria ni fueron reprimidas hasta el momento en que algunos detractores instaron abiertamente a derrocar la República Islámica, y se convirtieron en enfrentamientos violentos contra el estado. Esta puede ser considerada como la “línea roja” del estado iraní en cuanto a tolerar protestas.

El bombo publicitario de los medios corporativos

Al seguir la cobertura mediática de los medios corporativos, es fácil pensar que las manifestaciones reflejan la voluntad de la gran mayoría de personas. Pero existen ciertos hechos que hasta el momento no sustancian dicha narrativa. Los reportes de los medios corporativos calculan unas “decenas de miles” de manifestantes. Pero los videos subidos a las redes sociales sugieren una participación más modesta, de decenas a no más de cientos de personas. Pero aún si hubiesen decenas de miles de detractores, hay que tener en cuenta que Irán cuenta con una población de 80 millones de personas.

Es cierto que las manifestaciones tienden a representar ideas que son apoyadas por mucha más gente que la que participa de manera inmediata, pero el nivel de apoyo no es tan fácil de determinar.

Los medios occidentales reportan que estas protestas en Irán son las más grandes desde las demostraciones masivas luego de las elecciones en el 2009. Esto es técnicamente cierto incluso al considerar un estimado quizás más acertado de “miles” en lugar de “decenas de miles.” Pero las protestas en el 2009 fueron asistidas por cientos de miles, quizás hasta millones de manifestantes. Incluso en aquel momento, aquellos que protestaban la reelección del Presidente Mahmoud Ahmadinejad no representaban a la mayoría de la población, a pesar de la gran participación. Las manifestaciones recientes no se comparan en su escala con las anteriores.

El sábado, 30 de diciembre del 2017, se llevaron a cabo manifestaciones masivas en 120 ciudades. Pero estas fueron en apoyo a la República Islámica, y no en su contra. Irónicamente, habían sido planeadas antes de la última ronda de protestas antigubernamentales, en conmemoración de las protestas masivas del 2009 por simpatizantes de la República Islámica. La participación de las manifestaciones del 30 de diciembre fue enorme, alcanzando los millones de personas a lo largo del país.

Varias organizaciones mediáticas en EE.UU. – por ejemplo, CNN, The New York Times – han utilizado las fotos de las protestas pro-gubernamentales para sus artículos sobre las protestas de la oposición. Este tipo de prácticas mediáticas falaces cumplen el propósito de darles a su audiencia la impresión falsa de que las protestas antigubernamentales cuentan con una enorme participación, incluso en casos en los que más tarde publican diminutas correcciones.

Es posible, aunque no probable, que las protestas antigubernamentales crezcan de manera masiva en los próximos días. Pero, basándonos en los hechos, hasta el momento la participación en las manifestaciones antigubernamentales ha sido bastante pequeña en comparación con las de las manifestaciones en apoyo a la República Islámica, o con la participación de la oposición en el 2009.

La naturaleza de las protestas

Al analizar un movimiento de oposición en cualquier lugar del mundo, hay ciertas preguntas que debemos hacernos. ¿Cuál es la naturaleza del movimiento de oposición? ¿Cuenta con un carácter anticapitalista? ¿Es un movimiento obrero? ¿Representa una expansión de la independencia del país o promueve su sometimiento a los dictámenes de corporaciones multinacionales? Las instituciones de la clase dominante en EE.UU. también se hacen las mismas preguntas para determinar si apoyar o no al movimiento.

El movimiento actual no cuenta con un liderazgo claro y organizado, ni tampoco cuenta con demandas claramente definidas. En esta etapa temprana, sólo se puede hacer una evaluación preliminar y observar patrones emergentes.

Al menos al principio, las demandas principales parecen ser económicas. Se especula que la rápida alza en el precio de los huevos y de la carne de ave, estimada en un 40 por ciento en las últimas semanas, han desatado las protestas. Este tipo de inflación, como también la alta tasa de desempleo, figuraban entre las principales quejas expresadas en las protestas. A la vez, el presupuesto propuesto por el gobierno de Rouhani incluye recortes a los subsidios del combustible y subsidios de dinero, lo cuál puede haber contribuido a las protestas.

La primera demostración fue en Mashhad, al noreste de Irán cerca de la frontera con Afganistán. Esta fue seguida de una protesta en Qom, en Irán central. Tanto Mashhad como Qom son ciudades sagradas en el islam chiíta, los dos mayores destinos del peregrinaje. Este punto de partida no podría haber sido más distinto al del norte de Tehran, en donde se centraron las protestas del 2009. Esto puede sugerir, y existen otros reportes a tal efecto, que las protestas fueron lanzadas no por gente que buscaba derrocar a la República Islámica, sino por gente que critica la administración del Presidente Rouhani y que se encuentran a favor de una forma de gobierno islámico más estricta.

Los simpatizantes de la tendencia política que se centra sobre el antiguo presidente Mahmoud Ahmadinejad también han sido fuertes críticos de Rouhani por el acuerdo nuclear, al cual consideran muy ventajoso para el occidente. Protestas pequeñas también tuvieron lugar en universidades en las que se acusaba al Presidente Rouhani de ser “una vergüenza” y que coreaban “abajo el dictador.”

La respuesta de Rouhani a las primeras protestas fue la de tratar de voltearlas sobre sus oponentes y alinearlas con su propia agenda política sobre el despilfarro de recursos en el gobierno: “El pueblo no sólo critica al gobierno por la situación económica. La gente tiene algo que decir en cuanto a la corrupción y la transparencia. La gente quiere saber qué es lo que está pasando en los sectores legislativo, judicial y otros.”

De esta manera, las protestas iniciales se pueden entender como una lucha entre facciones políticas que se vuelca hacia las calles y que intenta movilizar el apoyo popular. Personas con fuertes agravios, que en muchos casos son partidarios de políticas distintas y hasta completamente opuestas, se sintieron atraídas hacia las protestas. Pero, dado que las protestas han continuado, independientemente de los deseos de los participantes iniciales, también han creado un espacio para la creciente iniciativa de elementos armados contra-revolucionarios y pro-occidentales. Este no es un hecho concluso, sino un patrón emergente.

Presencia de consignas reaccionarias

Durante muchos años, los canales de difusión mediática en la televisión, entre los más destacados el BBC y la Voz de América, han promocionado la idea de que los problemas económicos en Irán son consecuencia, principalmente o al menos en parte, del apoyo prácticamente ilimitado que la República Islámica le proporciona a Palestina. De acuerdo a esta corriente propagandística, mientras hayan problemas económicos en Irán, no debe haber ningún apoyo para Palestina, Líbano, Siria, Yemen o ningún otro lugar. ¡Circulan rumores de que camiones enteros llenos de oro sólido viajan directamente de Irán a Gaza y a Damasco de manera rutinaria!

Esta visión política estuvo reflejada en un coro que fue repetido en muchas de las protestas. En verdad es el regreso a un cántico del Movimiento Verde del 2009: “Ni por Gaza, ni por el Líbano, doy mi vida por Irán,” o inclusive la variante aún más chovinista: “No a Gaza, No al Líbano, sacrifiquemos a ambos por Irán.”

A medida que pasaron los días, demandas explícitas para derrocar el sistema político fueron expresadas en el cántico: “Abajo al dictador.” Esta consigna amorfa ha sido utilizada por fuerzas tan diversas como por los oponentes conservadores de Rouhani y por los liberales pro-occidentales del “Movimiento Verde” del 2009 quienes desean derrocar el sistema político. Se reportó ampliamente que en algunas protestas de la semana pasada se coreó abiertamente la demanda del regreso del régimen del Shah.

Un movimiento cuya demanda primordial es la oposición al apoyo de Palestina por parte de Irán no puede ser progresista. Un movimiento cuya noción de mejoría económica es la integración del país al sistema capitalista mundial, dominado por los EE.UU. y por sus socios imperialistas subalternos, no puede ser progresista. El simple hecho de tener agravios económicos y políticos no convierte a un movimiento en progresista.

Aquí en los EE.UU., algunos de los simpatizantes de las políticas fascistas de Trump son trabajadores con reclamaciones legítimas contra la economía capitalista, el sistema político y contra los Demócratas. Se sienten apretados y amenazados por un sistema que ha erosionado su nivel de vida y que los amenaza con empujarlos hacia el barranco de los desempleados y los desamparados. Sienten odio hacia la clase dirigente, hacia el gobierno federal y hacia el status quo. Sin embargo, por la ausencia de conciencia de clases, simpatizan con soluciones racistas, sexistas y falsas a los problemas reales. A pesar de contar con reclamaciones legítimas, son reaccionarios.

La administración de Trump, los políticos en Estados Unidos y los medios corporativos naturalmente han determinado rápidamente que este es un movimiento de oposición que pueden apoyar. Lo mismo han hecho los gobiernos de Israel y Arabia Saudita, los cuales han sido acusados de generar miles de cuentas de Twitter para amplificar el alcance del movimiento a nivel mundial. Apuestan a que la propia trayectoria del movimiento le servirá a los intereses imperialistas, o que es lo suficientemente amorfo como para que pueda ser influenciado y guiado, para que pueda ser cultivada una corriente pro-imperialista desde adentro.

¿Se encuentra la economía de Irán verdaderamente en la ruina?

La cobertura mediática de Irán presenta de manera rutinaria una economía que se encuentra en una “situación desesperada.” “Deteriorada,” “agotada,” “yendo cuesta abajo,” son descriptores comunes. Este tipo de caracterización a menudo se usa como contexto para el análisis que le sigue.

Pero un análisis objetivo de la economía del país debería estar basado en hechos y patrones, no en caracterizaciones subjetivas. El Banco Mundial, al cual difícilmente se le podría acusar de ser simpatizante de Irán, escribe: “La economía iraní se recuperó drásticamente en el 2016 y creció un 6,4 por ciento. Los últimos datos disponibles para la primera mitad del calendario iraní del 2016 (el cual termina en marzo del 2017) sugieren que la economía iraní creció a un nivel acelerado del 9,2 por ciento (con respecto al año anterior) en el segundo cuarto.” Difícilmente se le puede llamar una economía al borde del derrumbe.

Irán tampoco es una economía tradicional agraria, ni una economía petrolera de un solo producto. Como un ejemplo, la fabricación de automóviles en Irán ha excedido una producción anual de 1,5 millón, la más grande en toda la región y en duodécimo lugar en el mundo. La economía ha crecido continuamente por más de una década, con la excepción del efecto de las sanciones — 2014 a 2015 — cuando hubo una reducción de 2 por ciento.

No solo es cuestión del tamaño total de la economía sino también de la distribución de la riqueza y de los recursos. Irán cuenta con una economía capitalista con un fuerte sector estatal. El gran tamaño del sector estatal hasta cierto punto limita los efectos duros del mercado sobre la clase trabajadora. Sin embargo, sigue siendo una economía capitalista, la cual, por su propia naturaleza, resulta en la acumulación de las riquezas y en diferencias extremas entre los niveles de vida de los capitalistas y de la clase trabajadora.

En términos económicos total el número de personas por debajo del umbral de pobreza se ha reducido dramáticamente desde la revolución de 1979. Antes de la revolución, de acuerdo a datos de la ONU, el 55 por ciento de la población se encontraba debajo del umbral de pobreza. Hoy, el Banco Mundial declara: “Se estima que la pobreza ha caído del 13,1 por ciento al 8,1 por ciento entre el 2009 y el 2013.”

Pero el crecimiento sustancial de la economía en los años desde los 1990s, tras el fin de la guerra entre Irán e Irak, no ha sido compartido de manera equitativa entre las clases, como sería de esperar en cualquier país capitalista. Ahora existe una clase de los súper-ricos, cuyos miembros son parte de, o que son cercanos a, la clase dirigente política. Algunos miembros de este nuevo estrato de la sociedad se aseguran de alardear de su riqueza. Andan por las calles en carros de cientos de miles de dólares, viven en mansiones de una opulencia inimaginable que cuentan con elevadores para sus autos, se visten con prendas a la moda, comparables a las de los famosos de Hollywood.

La desigualdad provoca el resentimiento

Irán no es un país empobrecido en donde el hambre y la destitución han llegado a un punto de ruptura. A pesar de que hay sectores de la clase trabajadora que pasan por verdaderas y dolorosas dificultades, en cuanto a economías capitalistas, Irán no es un país en grandes apuros económicos.

Al punto en que las protestas están motivadas por la economía, no es por la pobreza absoluta o por un nivel de vida en deterioro. Es por la brecha creciente entre los súper-ricos y el resto de la sociedad.

Para la clase trabajadora iraní, y aún más para la clase media, el estilo de vida opulento de esta clase causa un fuerte resentimiento por la clara injusticia social. La presencia de esta clase parasitaria causa que pierdan su sentido algunas de las políticas progresistas de seguridad social. El hecho de que con frecuencia salgan a la luz casos de malversación de alto perfil refuerza la impresión de que toda la riqueza está siendo robada por el gobierno y por aquellos cercanos a el.

Es educativo el analizar dos de los problemas que han causado la indignación pública con relación al presupuesto propuesto por el gobierno. El presupuesto del próximo año incluye incrementos al precio de la gasolina. Pero este no es un país en donde los precios de la gasolina estén aplastando a los trabajadores. En Irán, la gasolina es un producto fuertemente subsidiado. El precio de la gasolina se encuentra entre los más bajos a nivel mundial, el sexto más bajo de acuerdo al sitio GlobalPetrolPrices.com. Actualmente, el gobierno gasta un aproximado de $100 billones de dólares en subsidios para la gasolina, pan, azúcar, arroz, aceite comestible y medicamentos.

Otro de los puntos que han causado la indignación respecto a la economía es la reducción planeada de los subsidios de dinero en efectivo por parte del gobierno. Alrededor de un 90 por ciento de la población recibe subsidios directos de dinero en efectivo. Cada mes, el gobierno deposita dinero directamente en las cuentas bancarias de los ciudadanos. Esto constituye un gasto anual de $30 billones de dólares por parte del gobierno. Muchos de los que desean que Irán implemente lo que ellos consideran políticas económicas “sensatas” como en los Estados Unidos no se dan cuenta de que los subsidios para la comida, gasolina y medicinas son consideradas una gran violación de los principios de una economía de mercado. ¿Subsidios en efectivo para 90 por ciento de la población? Ni de broma.

El papel de agentes

No cabe duda de que las protestas reflejan las frustraciones de una parte de la población. Existen quejas que se sienten ampliamente que muchos demandan que sean atendidas, y los problemas rectificados.

Sin embargo, dada la larga historia de la participación de agentes extranjeros en Irán, sería absurdo el asumir que nunca más intentarían otra vez apoderarse de él. Después de las protestas del 2009, varios agentes que poseían armas fueron arrestados. Agentes extranjeros (probablemente empleados por la CIA o por Mossad) lograron ejecutar varios asesinatos de científicos nucleares dentro de Irán.

Los Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, enemigos a muerte de la República Islámica, a menudo hacen contribuciones a fuerzas antigubernamentales y no les da pena admitir su implicación. Sus estrategas admiten que el montar la ola de un movimiento de protesta e influenciarlo sería un escenario ideal para derribar al gobierno iraní. El hecho de que algunos de las agencias mejor financiadas y más poderosas del mundo mantengan entre sus prioridades más altas el desestabilizar y derrocar al gobierno iraní no es imaginario; es real.

Ningún agente extranjero es capaz de crear un movimiento de oposición si no existen las condiciones para hacerlo. Pero sí pueden ejercer influencia sobre su dirección, el cómo es percibido dentro y fuera del país, y la dirección en la que se dirijan las protestas en la calles, especialmente cuando no hay un liderazgo evidente o una ideología coherente entre los manifestantes.

Un ejemplo de una posible acción por parte de agentes es un video borroso que surgió en las redes en donde aparecen dos personas yaciendo en el suelo, desangrándose a morir en el pueblo de Doroud, en la provincia de Lorestan. Este es un pueblo de una población del 150,000. Funcionarios del gobierno mantienen que la policía no tuvo nada que ver con esas dos muertes, y que ni siquiera dispararon balas en Doroud. Es poco probable que en Doroud, la policía simplemente haya matado a dos personas y dejado sus cuerpos en las calles desangrándose.

De igual manera, ataques armados sobre las estaciones de policía y edificios gubernamentales no pueden ser la obra de la gente común y corriente, o de un movimiento de protesta espontáneo. La gente corriente no cuenta con armas de fuego en Irán. Mientras que la importancia del descontento social debe ser entendida como el origen de las protestas, no se puede descartar la posibilidad de que agentes armados hayan entrado del extranjero, que hayan influenciado o que se hayan hasta apropiado del movimiento, especialmente dada la muy rápida militarización del conflicto civil.

Trump y funcionarios estadounidenses expresan apoyo

El Presidente Trump twiteó el 30 de diciembre del 2017: “El mundo entero comprende que el pueblo iraní quiere el cambio, y que, después del vasto poderío militar de los EE.UU., lo que más temen los líderes iraníes es al pueblo iraní….” Cabe destacar el énfasis de Trump sobre el “vasto poderío militar” como una amenaza de poca sutileza.

El Departamento de Estado de los EE.UU. dijo en un comunicado: “Los líderes iraníes han convertido un país rico y con una rica historia y cultura en un estado rebelde cuyas exportaciones son la violencia, el derramamiento de sangre y el caos.”

Para cerciorarnos de que estas no son palabras vacías, basta recordar los comentarios de Rex Tillerson, secretario de estado, quien se dirigió en junio hacia el congreso diciendo: Los Estados Unidos está trabajando para “apoyar aquellos elementos dentro de Irán que podrían conducir a una transición pacífica del poder en ese gobierno.”

Por supuesto, el apoyo al que Tillerson se refiere es una violación de la ley internacional. Ningún país tiene el derecho de apoyar de manera activa a fuerzas de oposición, o a un cambio de gobierno, ya sean pacíficas o no. Pero el trabajo activo para derrocar al gobierno iraní no comenzó con la administración de Trump. Ha sido parte de la política exterior estadounidense desde hace décadas, con sólo breves periodos de intermitencia.

El deber del movimiento antiguerra

El entender la formación y el carácter de las distintas fuerzas en Irán no es una tarea fácil para la gente en los Estados Unidos. No solo se trata de que la gente cuenta con información y conocimientos limitados acerca de lo que sucede en Irán. Se trata de que el gobierno estadounidense y los medios corporativos desinforman y confunden la situación para beneficio de la clase dirigente estadounidense.

Además, desafortunadamente una gran parte de las organizaciones liberales y progresistas a menudo siguen la iniciativa del Departamento de Estado de los EE.UU. a la hora de decidir cuales son o no son movimientos democráticos. Muchos saltan a la primera oportunidad, sin reservaciones o siquiera un estudio detallado de la situación, para apoyar a un movimiento “pro-democracia” en un país que se encuentra en la mira de Washington. Pero nunca tienen tiempo para denunciar los ataques y actos de agresión estadounidenses, como por ejemplo en Yemen, en donde el estado ultra reaccionario de Arabia Saudita, con el apoyo material y moral de los EE.UU. ha llevado a la gente al abismo de la muerte mediante la inanición, las enfermedades infecciosas y los bombardeos aéreos.

Pero la primera tarea de los revolucionarios y progresistas en los EE.UU. no es solamente la de analizar los acontecimientos en Irán, o en otras partes del mundo. Nuestra tarea es hacer todo lo posible para evitar que el vasto poderío militar del cual Trump alardea siga causando más muertes y destrucción sobre los pueblos del mundo. Nuestra tarea es entender y demostrarle a los demás que la clase dirigente imperialista de los EE.UU., por su propia naturaleza, nunca podrá ser aliada de las fuerzas de la revolución y del progreso.

El futuro de Irán no será decidido por Trump, Tillerson y Haley, ni por Clinton, Obama y los demás. El pueblo de Irán tiene el derecho a la autodeterminación. Son ellos los que decidirán su propio futuro basado en sus visiones políticas, su preferencias y sus luchas.

¡Fuera los EE.UU. de Irán!

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