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El terremoto en México y la solidaridad obrera

Traducido por Keiti Rubio

El 19 de septiembre – justo 32 años después del terremoto de 8.0 grados que mató a 10,000 personas y dejo a decenas de miles más de heridos – la Ciudad de México fue sacudida nuevamente por un terremoto mortífero de 7.1 grados. A pesar de que el epicentro fue en Puebla, la mayor parte de la muerte y destrucción estuvo concentrada en el desarrollo urbano masivo de la capital. Las primeras 72 horas después del terremoto fueron tanto trágicas como inspiradoras. El primer día fue de pánico, el segundo de solidaridad, y el terceros de rumores.

Los mexicanos se organizaron en muestra de solidaridad ejemplar de la clase trabajadora. Los trabajadores de la construcción, arquitectos e ingenieros constituyeron los servicios de primera respuesta en los edificios derrumbados. Los enfermeros y doctores donaron su tiempo para atender a personas heridas en los refugios y sitios de rescate. Miembros de la comunidad se movilizaron rápidamente para recaudar y distribuir artículos básicos y materiales de rescate a los albergues, los sitios de edificios derrumbados y a las familias y amigos en espera de noticias. Muchos de nosotros vimos fotos de los puños alzados para pedir el silencio y así mejor detectar indicios de vida – una imagen icónica de la solidaridad mexicana.

En esos primeros días, las líneas de autobuses y metro fueron gratuitas para los transeúntes, también los servicios telefónicos y de internet, y los bancos suspendieron los costos de transacción. Por unos días, se practicó el “socialismo de desastre.” Pero el capitalismo de desastre está siempre presente. Los grandes cadenas de supermercados aumentaron los precios para clientes en busca de suministros de comida, agua, farmacéuticos y materiales de rescate. Salieron a la luz reportes de corrupción y recorte de gastos en la construcción. Se demostró que la escuela Enrique Rebsamen, en donde 21 niños jóvenes y cuatro adultos perdieron sus vidas fue construida con barras de acero de calidad inferior. La pérdida de vida en este caso, como en el incendio de la torre Grenfell en London, es criminal y no natural.

Circularon también rumores sobre la búsqueda y rescate y sobre la demolición. La gente no quería renunciar a las esperanzas de hallar a sobrevivientes, y se rehusó a enterrar muertos entre los escombros. Las brigadas de voluntarios cedieron el paso a las operaciones de rescate militares, y creció la indignación con reportes que estaban demoliendo edificios menos de 72 horas después del terremoto. La policía mexicana notablemente aumento su presencia militarizada y fuertemente armada. La policía fue movilizada para proteger vecindarios burguesas, zonas y centros comerciales, e incluso interfirieron con las brigadas voluntarias de rescate en curso para comenzar a demoler los escombros. La elevada presencia policiaca se entendió como una manera de detener la fuerza formidable del pueblo organizado.

Hay pueblos enteros en el estado de Morelos que fueron destruidos y en el estado de Puebla, el 51 por ciento de la región se encuentra en una situación de “emergencia extraordinaria.” Como en muchos países, el desarrollo urbano ha ocurrido de manera desigual con respecto a regiones rurales, y esto ha sido agravado por la negligencia política. El pueblo está furioso y desconfía de este gobierno y de sus representantes. Hay evidencia de que los fondos de asistencia están siendo asignados para promocionar la reputación y las campañas de políticos en lugar de ser distribuidos al pueblo. El gobierno de Enrique Peña Nieto también presidió sobre la desaparición de los 43 de Ayotzinapa y los tiros a matar contra maestros en huelga en Nochixtlan, Oaxaca. Tras este terremoto, la gente se ha burlado de Peña Nieto en su propio estado, a los presidentes de vecindarios les han arrojado piedras en Xochimilco y el gobernador de Morelos fue abucheado mientras paseaba por su estado. Se vive un sentimiento, agudizado por el desastre, tanto en México como en EE.UU., de que ninguno de los partidos políticos actuales es adecuado para proveer para las necesidades de la gente. Quizás el terremoto derrocará también a la estructura política.

Unas 38 estructuras se derrumbaron el 19 de septiembre, y 360 edificios ahora están en peligro de caer. Se han confirmado daños en 4000 edificios, 2000 de los cuales son de valor histórico. Han habido daños en escuelas, hospitales y en la infraestructura. El saldo actual de muertos es 326, con aproximadamente 50 desaparecidos. 181 de estas muertes fueron en la capital, y la mayoría de los muertos son mujeres. Es difícil de calcular el número de personas que quedaron sin hogar. El alcalde estimó que 17,000 personas se encuentran en albergues, pero muchos otros se están alojando con familiares y amigos. Los desarrolladores urbanos con conexiones políticas y sus familias ya están siendo premiados con contratos de reconstrucción masivos. Estos desarrolladores urbanos cuentan con un historial de calidad de construcción inferior en centros comerciales y tienen fama de pavimentar deliberadamente sobre los paseos de la naturaleza de las ciudades. Mientras que la vivienda siga siendo mercancía, los desarrolladores urbanos sacarán provecho de los desastres y acumularan aún más ganancias con la construcción de baja calidad y con el recortar gastos.

Los desastres naturales a gran escala siempre demuestran que no es verdad el argumento anticomunista contra el socialismo, que la cooperación no es inherente en la naturaleza humana. Es un principio ideológico de la teoría de la elección pública que los seres humanos son egoístas por naturaleza. Esta ideología se manifiesta en la austeridad de la orden neoliberal. Los marxistas rechazan cualquier argumento fundamentalmente reduccionista sobre la naturaleza humana. Somos productos de las relaciones sociales, y estas relaciones cambian constantemente. En el periodo que sigue a los grandes desastres, no unimos de repente. Nos damos cuenta brevemente de nuestro verdadero poder colectivo: el pueblo organizado junto en solidaridad, excavando a sobrevivientes del escombro, sin preocupación por el sueldo, trabajo o barrio.

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