Las políticas de globalización








La consigna en el muro fuera de la oficina del Fondo Monetario Internacional en Puerto Príncipe dice, “Abajo con el FMI.”

Photo: Thony Belizaire


Entre el 19 y 20 de julio, financieros internacionales se reunieron en una “conferencia de ayuda” para Haití en las oficinas centrales del Fondo Monetario Internacional, en Washington, DC. La conferencia significó mucho más que los préstamos de más de mil millones y otra ayuda financiera al país más pobre del hemisferio. Fue el sello de aprobación más grande del mundo, de los bancos más poderosos, para el gobierno de Haití, ilegalmente instalado, del Primer Ministro Gérard Latortue.

No es coincidencia de que los participantes principales en la conferencia fueron el mismo gobierno y las instituciones “no gubernamentales” que orquestaron la desestabilización y que el 29 de febrero derrocaron al gobierno de Aristide—los Estados Unidos, Francia y Canadá. El Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial, que iniciaron un embargo al presidente elegido democráticamente Jean Bertrand Aristide, prometieron $410 millones. Toda la ayuda es en forma de préstamos.

La conferencia de julio no hizo mención al golpe de estado, y no incluyó a ningún representante auténtico del pueblo haitiano. En lugar de utilizar el dinero para desarrollar una infraestructura económica interna o programas sociales que podrían beneficiar la nación pobre, la ayuda ofrecida será usada para la deuda y para romper los obstáculos existentes al libre comercio. Latortue, quien es un títere de los Estados Unidos con escaso apoyo popular, no ha ocultado sus deseos de llevar adelante el Plan de Ajuste Estructural trazado por el FMI, y que incluye la privatización de todas las industrias del estado que aún existen.

LA HISTORIA DE DEUDA DE HAITÍ

En los 140 años después de su independencia en 1804, la economía de Haití fue asediada por una deuda ilegal con Francia, su previo poder colonial. Aunque finalmente Haití pagó la deuda en 1946, Jean-Claude “Baby Doc” Duvalier revivió felizmente el peso financiero a mediados de 1970, siguiendo el “Plan de los EEUU para Haití.” Ese plan introdujo a la economía vulnerable de Haití, mercaderías de los Estados Unidos.

Sin poder competir con los bajos precios de la producción masiva de segunda mano y los agricultores estadounidenses, los campesinos y aparceros fueron forzados a irse a las ciudades y a los barrios pobres en sus alrededores. Cuando la resistencia popular finalmente derrocó la dictadura de Jean-Claude Duvalier en 1986, éste dejó a la nación con una deuda de mil millones de dólares y su economía en la ruina.

El movimiento que terminó con la dictadura de la policía militar Tonton Macoute eventualmente eligió como presidente al cura Jean Bertrand Aristide en 1990. Aristide desenmascaró la naturaleza de explotación de “libre comercio” en Haití, y ofreció una plataforma nacionalista y populista basada en la tradición cristiana de la teología de la liberación.

La élite haitiana y los oficiales de Washington no perdieron su tiempo para derrocar a Aristide tan pronto como comenzó a llevar adelante parte de su programa radical. Con la primera administración Bush en control, los Tonton Macoutes, entrenados por la CIA, regresaron al poder en 1991 mediante un golpe de estado. A pesar de su retórica pro democracia, Washington estableció inmediatamente relaciones diplomáticas con el gobierno del golpe.

Cuando el gobierno de los EEUU reinstaló a Aristide en 1994, no fue debido a un cambio de ideas o una devoción por la democracia global. La administración Clinton tenía la misma agenda neoliberal, en contra de los trabajadores, que la de la administración Bush. Pero esperaba empujar a Aristide en la dirección que dictaba la agenda del FMI. El gobierno de los EEUU deseaba que con la historia de apoyo de masas con que contaba Aristide, con una victoria en su nombre, pudiera simultáneamente mejorar la imagen pública del gobierno de los EEUU y del FMI en el Caribe.

En caso de que Aristide permaneciera leal a los pobres, la oposición de Tonton Macoute estuvo siempre lista y armada. Pero los EEUU nunca le tuvo plena confianza a Aristide: no quiso devolverle el tiempo que le fuera robado en su término. En 1995 se retiró con un suspiro de alivio de Washington.

EL FMI INTERVIENE

Durante el segundo término de Aristide, comenzando en el 2001, el partido de Aristide, Fanmi Lavalás, había abandonado parte de su programa radical. Sin embargo, se enfrentó a una alianza organizada por los EEUU, la Convergencia Democrática (CD), con base en la burguesía de Haití y la aristocracia terrateniente. Dispuestos a prevenir el regreso de Aristide, la CD se negó a participar en las elecciones presidenciales del 2000, denunciando fraude en las elecciones municipales y parlamentarias del mayo anterior. Después de que Orlando Marville, jefe de la misión de observadores electorales de la Organización de Estados Americanos (OEA), reclamó que ocho bancas del Senado habían sido calculadas falsamente, bancos internacionales se negaron a entregar ayuda financiera a Haití.

Este hecho abrió una intervención política de parte de las organizaciones de ayuda internacional en contra del gobierno de Aristide.

La OEA luego se puso en línea, haciendo un llamado para que Aristide respondiera a las acusaciones de corrupción. Aristide reconoció los objetivos reales detrás de los reclamos de la CD, pero estuvo de acuerdo en las negociaciones. Los senadores de Lavalás renunciaron a las bancas en disputa. Pero la tempestad ya había comenzado.

Mientras que los medios capitalistas discutían la alternativa a la reforma—la intervención militar de una “fuerza de paz”—el FMI presionó a Aristide para aplastar los sindicatos, eliminar puestos de trabajo del gobierno, para que le diera reino libre a los militares de EEUU en aguas haitianas, y que le entregara posiciones de poder a los ex oficiales de Duvalier. Los bancos internacionales tomaron cada capitulación como una señal para intensificar sus demandas.

Los Tonton Macoutes se negaron a negociar, pidiendo la renuncia de Aristide. Pero las instituciones financieras impusieron el golpe más crítico, reteniendo $500 millones en préstamos. La deuda de Haití al Banco Mundial y al Banco Interamericano de Desarrollo sumaba $60 millones.

Mientras que Haití se sumía profundamente en la desesperación, el FMI se negó a contribuir ayuda, citando una política de no inversión a un país que ya se encontraba en deuda. Para recibir cualquier ayuda del FMI—ayuda ligada a su propia lista de reformas neoliberales—Aristide necesitaba primero pagarle al BID. El Banco Mundial agregó aún más presión a Aristide, reteniendo la ayuda hasta que Haití desarrollara las reformas impuestas por el FMI. En lugar de buscar préstamos con intereses altos de los bancos privados haitianos ligados a la oposición, Arístide vació las reservas extranjeras haitianas en julio del 2003 para pagarle al BID.

Presentando el hambre como alternativa, el FMI continuó con sus demandas, esperando la aprobación total de Aristide. A pesar de los intentos conciliatorios de Aristide, el FMI retuvo la ayuda, y de esa forma forzó a Aristide a llevar adelante los elementos destructivos de la agenda neoliberal sin recibir su “recompensa”: préstamos diseñados para dañar aún más la economía haitiana sin poder escapar a una red de créditos y deudas.

LA ZANAHORIA Y EL PALO

Entendiendo que Aristide había eliminado el pretexto para un embargo al acordar las demandas políticas y económicas de los bancos internacionales, la oposición y las ONG estadounidenses atacaron nuevamente. En nombre de la inversión segura, el FMI a propósito, hizo un llamado a Aristide para que estabilizara el país.

Mientras tanto, el gobierno de los EEUU, a través de la CIA y de la Agencia de Inteligencia de Defensa, comenzó a armar y a entrenar ex elementos del ejército y los escuadrones de la muerte Tonton Macoute en la vecina República Dominicana. Esos gangsteres comenzaron a llevar a cabo ataques en Haití.

Cuando la policía haitiana se enfrentó a esos “rebeldes”—quienes abiertamente se pronunciaban por la extinción del partido Lavalás elegido democráticamente—gobiernos occidentales denunciaron los hechos como “represión estatal” y “anarquía.” El FMI, mientras tanto, no operaba simplemente como una institución económica—perseguía una agenda política. Pero Aristide no podía apaciguar las demandas del FMI en términos estrictamente económicos. Ningún compromiso por parte de Aristide podía satisfacer la agenda política del FMI, porque precisamente la agenda incluía la renuncia de Aristide.

En el mundo en desarrollo, el libre comercio trae claramente aparejado la ruina de la producción local. En los años ochenta, Haití importaba 8 por ciento del arroz que consumía, ahora esa figura es por encima del 68 por ciento. Cuarenta por ciento de la población rural sufre malnutrición, mientras 70 por ciento de la población urbana está desempleada. Incluso cuando la importación de capital extranjero ofrece una ayuda temporal, los planes de ajuste que los acompañan dejan a los países más dependientes y débiles que antes. No hay tal cosa como almuerzo gratis; y en el caso de Haití, tiene que renunciar a la cena también.

El FMI trabaja para beneficio de las corporaciones multinacionales, encontrando recursos naturales, mano de obra barata y consumidores para la sobreproducción del capitalismo occidental. En lugar de ayudar economías locales, los planes de ajuste estructural llevan al mundo en desarrollo de regreso al colonialismo. El poder del FMI que en cualquier momento retiene ayuda o préstamos, ocasionando sufrimientos masivos, es de naturaleza abiertamente política. Es una nueva y mejorada arma de avaricia, castigando a sus enemigos a través de procesos deliberados de hambre y desestabilización.

Esta fue la táctica del FMI en Haití. Aprisionó a Aristide en el marco del Programa de Plan Ajuste Estructural, y después manipuló las condiciones políticas y económicas internas de la nación, hasta que confundió, desmoralizó y mató de hambre el pueblo haitiano. En octubre del 2001, cuando los EEUU demandaba que el mundo debería sumirse a su “guerra al terrorismo,” Aristide denunció debidamente el embargo como una forma de “terrorismo económico.”

Debido a la posición acorralada que sufrió Aristide, no es sorprendente que su hostilidad verbal hacia los bancos controlados por los EEUU no se traduzca en un reto sin reservas. Recordando el castigo por no seguir las órdenes en 1991, Aristide trató de aplacar al gobierno de los EEUU. Pero los financieros internacionales y la ultra derecha no quieren escuchar nada de eso. La administración Bush reconoció que Aristide podría en el futuro denunciar una política económica destructiva.

Simplemente el potencial de hablar abiertamente para revivir su plataforma populista—o aún peor, llamar a los haitianos pobres a la acción—lo hizo blanco de otro golpe de estado de los EEUU.

El caso de Haití demuestra que las políticas neoliberales del FMI no son solo económicas. Además de las vastas ganancias para los bancos, préstamos del FMI son una herramienta política que actúa en coordinación con el poder imperialista para llevar adelante sus planes geopolíticos.

Related Articles

Back to top button